Juan Nepote en DADA: Fragmento de "El otro Arreola" y entrevista

Mié, 30 Mar 2022 - 13:22 -- cruz_alfonso

"Gravedad", Federico Jiménez

 

Te presentamos a Juan. Juan Nepote.

Él es físico de formación, pero divulgador de la ciencia por convicción. Aquí encontrarás un fragmento de su más reciente libro, El otro Arreola. Juan José Arreola & su tío científico (Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de México, 2019); además de una entrevista para que conozcas a este singular científico.

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Un tío científico

Para la mayoría de los lectores de la literatura mexicana, y en particular de la jalisciense, no es ajeno el nombre del escritor Juan José Arreola (1918-2001), uno de los narradores más originales de nuestra lengua y autor de pocos, pero doctos libros memorables. En su trabajo más reciente, El otro Arreola (FOEM, 2019), Juan Nepote plasma un íntimo doble retrato: por una parte, el del estrambótico narrador zapotlense y, por otra, el de su tío, José María Arreola (1870-1961), científico mexicano de alto vuelos, pero poco recordado hoy en día. En el siguiente fragmento del libro antes citado, Nepote, hábil prosista y divulgador de la ciencia, nos adentra en algunos detalles de la vida del inventor mexicano y su talentoso sobrino.

 

Ese tío, uno de los hermanos mayores de su padre, se llamó José María Arreola Mendoza y su sobrino lo recordará como “Físico, matemático, platero, impresor, tamalero, profesor de la Universidad de Guadalajara”. Fue el tercero de los once hijos que tuvo el matrimonio formado por Laura Mendoza y Salvador Arreola,  ebanista y comerciante de ocasión y fabricante de vinos de membrillo, zarzamora, ciruela, durazno o rompope. Nació en Ciudad Guzmán, Jalisco, el sábado 3 de septiembre de 1870 a las tres de la mañana, cinco días después lo bautizaron con el nombre de José Serapio de Jesús, pero en su confirmación, el 19 de octubre de 1873, experimentó su primera transformación para convertirse en José María.

           El tío Arreola se formará como sacerdote católico; en el Seminario Conciliar de Guadalajara convivirá fugazmente con el poeta Alfredo R. Placencia —presencia vital para el otro Arreola, su sobrino Juan José que memorizó “como un loro, oyéndoselo a los muchachos de quinto año” algunos de sus versos: “En casa, en un momento de exaltación, de entusiasmo, me subí a uno silla bajita, de ixtle o de tule y me puse a recitar «El Cristo de Temaca». Desde entonces (aún no sabía leer), adquirí la manía de memorizar los pasajes que me entusiasmaban” —; luego abandonará la iglesia, será pionero de la exploración sistemática de la naturaleza en un país aún sin ciencia: estudiará el clima, los volcanes y terremotos, el comportamiento de los astros, las artes y costumbres prehispánicas. En el Valle de Teotihuacán ejercerá de arqueólogo y antropólogo cuando entre nosotros nadie sepa que es eso. Será lingüista, fotógrafo, americanista; será inventor.

           Sobre todo, será un irremediable autodidacta de curiosidad infinita, como también habrá de serla su sobrino Juan José.

           Pero debemos ir despacio.

           Estamos en 1879 y, como si hubiera ganado el primer premio en un imprevisible sorteo, José María Arreola ingresa radiante a La Palma, la Escuela Anexa del Seminario Auxiliar de Zapotlán el Grande que el canónigo José Francisco Figueroa fundó una década antes —un sábado 19 de noviembre y consagrado a San José y a la Virgen de Guadalupe— en Ciudad Guzmán, en el número 179 de la calle que aún se llamará San Pedro por varios años. Pero Arreola cruza el umbral del número 181, la entrada de la escuela primaria. Tiene ocho años de edad y no va solo: su hermano mayor, Librado, también se ha inscrito como seminarista. Por largo tiempo los dos hermanos serán inseparables hasta que el menor de ellos abandone el sacerdocio a mitad de su vida. Sin embargo, ahora es pronto para imaginar algo así.

           Aquel seminario no es otra cosa que un audaz centro de estudios que, esto sorprende, presume una plantilla de naturalistas, astrónomos y matemáticos de seria afición: los canónigos Pantaleón Tortolero y Porfirio Díaz Gonzáles primero, Atenógenes Silva después.

           […]

           En el Seminario de Zapotlán, además, se ha procurado un gabinete de física con modernos instrumentos de laboratorio comprados a fabricantes de París gracias a un mecanismo de limosnas riguroso y de probada eficacia, a razón de tres centavos semanales por alumno. El resto de las herramientas las han construido directamente allí mismo.

           En aquel seminario al sur del estado de Jalisco habrán de germinar sacerdotes, notarios públicos, abogados, médicos, boticarios, profesores, ingenieros, comerciantes, poetas, periodistas, músicos filarmónicos. En los años de seminarista de Arreola el plantel crece significativamente por el impulso de su vicerrector, el presbítero Ignacio Chávez Gutiérrez, interesado en las “ciencias físicas y naturales” y lector inquebrantable: por eso ha mandado instalar esa maravillosa biblioteca en un amplio salón del primer patio hasta donde llega una luz inagotable que proviene de una ventana que mira hacia el oriente; estantes de sólida madera y puertas con cristales adornados, colmados de obras literarias y científicas junto a las lecturas propiamente religiosas. El reglamento que ha impuesto el presbítero Chávez Gutiérrez obliga a los seminaristas a leer en la biblioteca una hora cada domingo más otra hora todos los jueves por la mañana, después de que las clases hayan finalizado. Además, todo en la biblioteca está dispuesto para que los seminaristas concurran libremente por las mañanas a leer la obra que elijan, pero con la obligación de no alternar de libro hasta que lo hayan terminado; por las tardes, en cambio, es posible abandonar una lectura por pasar a otra. Arreola nunca habrá de desatender estas rutinas: convertirá el hábito de la lectura en una auténtica bibliomanía con la cual contagiará, irreparablemente, al otro Arreola, su sobrino Juan José.  

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“Creo que una de las maneras más disfrutables

de estar vivo es hacerse preguntas”

Juan Nepote

 

Entrevista con Juan Nepote, divulgador de la ciencia, realizada por Aketza Gutiérrez, egresada de Prepa 7 en 2020

*Esta entrevista fue realizada en el mes de noviembre del año 2020 por videollamada.

Por lo general, no logramos encontrar las semejanzas entre el arte y la ciencia, las miramos como campos muy disímiles, incluso ajena una a la otra. En la siguiente entrevista, Juan Nepote (Guadalajara, 1977), uno de los principales divulgadores de la ciencia en nuestro país, nos ofrece una amena conversación donde expone sus experiencias en torno al mundo de la ciencia y algunas coincidencias que ha encontrado con las artes, asimismo nos platica sobre su escritura y la divulgación. 

¿Pensaste alguna vez que te dedicarías a la divulgación científica o las cosas fueron dándose espontáneamente?

Pues mira, las dos, la respuesta es una mezcla de las dos. Yo creo que todos siempre tenemos planes, desde muy chiquitos también. Yo tengo ahora un hijo de 3 años y otra hija de 10 y siempre me acuerdo de mi infancia y pienso que uno tiene sus planes, sus metas y ahora lo veo con ellos también; y no siempre se cumplen de esa forma y entonces uno los transforma, cambia de gustos, pero después regresas. A los 40 años a lo mejor vuelves a los intereses que tenías a los 5 años. Es un ir y venir constante, yo creo que siempre estamos cambiando, dando vueltas. Entonces por más planes y proyectos que tenemos, pues luego hay otros factores, ¿no? Lo que a mí siempre me interesó hacer tenía que ver con el arte; a mí me gustaba mucho la fotografía, por ejemplo. Es algo que hice y que sigo practicando de alguna manera. Participé en algunas exposiciones y me interesaba el arte de la fotografía digamos artística en blanco y negro, revelábamos rollos, imprimía mis fotos y luego ahí mismo, en la práctica de la foto, me di cuenta de que había mucho de ciencia también. Cómo preparas los químicos —te estoy hablando de algo en una época que la mayoría de tus amigos y la mayoría de la gente que nos leerá no tienen muy cercano—, qué es la fotografía cuando tenías que tomarla con película y tenías que hacer una especie de laboratorio químico y físico también y al momento tomar la fotografía pues también saber algo del movimiento del sol, de la luz. O sea, tenías que pensar muchas cosas y tenerlas en cuenta antes de apretar el botón. Lo que ahora con la fotografía digital, con los teléfonos pues ya no sucede porque es muy rápido. Le picas al botón, le pones filtros, la subes a la web, etcétera. Entonces, en esa práctica del arte me empecé a interesar un poco más por la ciencia. Pero, además, yo tenía un abuelo que leía muchas revistas de divulgación científica y mi papá también. Mi abuelo leía sobre todo una que se llamaba Mecánica Popular, de automóviles. Hablaban de inventos, de mecanismos, de creaciones. Y mi papá compraba muchas revistas y libros de divulgación científica. Entonces, la verdad es que me empezó a interesar la ciencia, pero como lector, una cosa muy rara, no tanto como el que va por ahí revisando bichos, (aprovechando que están ahí los bichos sin plumas), revisando si tienen plumas o no, cómo son las patas o cómo ven las hormigas. Más bien me acerqué a la ciencia desde la literatura, desde la lectura, los libros, la revista y un poco el arte con la fotografía. Y decidí estudiar física por descarte. Quería estudiar arquitectura, pero me parecía que iba a ser más caro de lo que yo podía pagar, comprar instrumentos, libros y además era muy malo y soy muy malo para dibujar, para todos los trazos manuales. Entonces pensé que iba a sufrir tremendamente y me interesaba la literatura, pero no quería estudiar letras. Y así, descartando opciones entré a Física, y ahí volví a darme cuenta de que me gustaba mucho más la divulgación científica que la investigación científica, que son dos cosas cercanas y complementarias, pero distintas. La divulgación tiene que ver con relatar lo que hace la ciencia, contar la historia de la ciencia, hacer uso incluso de la literatura o del arte para recrear los inventos científicos, para compartir el gusto por la ciencia. La investigación es una labor un poco más ardua quizás, en la que no te permites escribir de manera más bonita, de manera más literaria. Tienes que llenar informes. Es un asunto muy técnico y me interesó mucho más la divulgación. Luego me invitaron a trabajar en un museo que se estaba creando y era la oportunidad de participar en eso, en el nacimiento de un museo que no existía, que era el trompo mágico del Gobierno del Estado [de Jalisco]. Y bueno, ya ahí terminé de engancharme por la divulgación científica.

¿Qué me dices del arte? Sabemos que ambas son formas complementarias de explorar el mundo. Pero creo que muchas personas tienen esta idea de que el arte y la ciencia son cosas completamente distintas y contrarias y tienen que estar aisladas una de la otra.

Tienes razón en las dos cosas, que además son contradictorias y eso es muy simpático. Puedes tener razón con cosas contradictorias. La mayoría de las personas piensa que el arte y la ciencia son muy diferentes, y lo son. Persiguen objetivos distintos, tienen métodos diversos de trabajo, pero también tienen mucho en común. Es decir, no son lo mismo, pero son muy semejantes. Y eso lo notas cuando revisas la manera en cómo trabajan artistas y científicos. Por ejemplo, el uso de instrumentos, de herramientas; el probar, el experimentar, el tener un plan y tratar de llegar a una meta pero no conseguirlo, y entonces das otro camino. O sea, la experimentación en el método de trabajo de artistas y científicos tiene mucho en común. La búsqueda de algo que no sabes muy bien qué es. Imagínate la motivación que puede tener alguien para estar en un laboratorio con microscopios electrónicos buscando algo que es invisible al ojo humano. Muy difícil. Horas y horas quemándote las pestañas, quedándote casi ciego por estar buscando algo, con un empeño, con una terquedad brutal que es muy semejante a la que puede tener un escultor, un pintor, una violinista, alguien que se dedique a la danza de perfeccionar su expresión y estar una y otra vez trabajando. Entonces creo que en el método de trabajo hay mucho en común. El problema es que suelen mostrarnos las cosas, sobre todo en la escuela, como si fueran muy separadas. Yo creo que la mala imagen que tiene la ciencia y el arte como cosas separadas se la debemos a los programas de estudio, a la currícula, a los planes, a la escuela, que es donde aprendemos a diferenciar áreas y materias.

Y así tú puedes ser de artes o de letras o de números ¿no?, pero parece que no hay nada en común: cuando se diseñan los programas de matemáticas nunca se empatan con los de historia o con los de literatura, o cuando se está hablando de química normalmente no se vincula con lo que está pasando en esa época y entonces se podría aprovechar para hablar de química, de geografía. Podríamos hacer otros planes de estudio que se cruzaran, que se combinaran y nos ayudaran a darnos cuenta de que todo está íntimamente relacionado, pero por ser prácticos y por siempre poner cosas en cajones y organizar nuestra escuela pues creo que transmitimos esa idea equivocada.

"Migración", Federico Jiménez

El arte puede hacer cambiar tu manera de ver las cosas. En mi experiencia con la fotografía puedo decirte que el mundo a través de mi lente se ve simplemente más interesante y emocionante. ¿Qué me dices respecto a tu relación con la ciencia? ¿cómo ves el mundo a través de ella?

Sí, tienes mucha razón y además comparto personalmente el asunto de la fotografía, porque para mí tomar fotografías es una manera de interpretar el mundo, o de explicármelo y a veces es inconsciente ¿no? o sea, encuentras algo y por instinto haces una fotografía. Después la ves, la tienes colocada por ahí y algo te dice del mundo. Es un recordatorio de algo, de una sensación, de una idea, de un concepto, de una emoción. Pero está ahí, siempre latente. A mí me sucede lo mismo también con los temas de ciencia, y además lo puedes combinar. Por ejemplo, yo tengo un tejado aquí enfrente, que hace un rato que lo estaba viendo estaba pensando en cómo rebota la luz en él. Pero, además, la forma particular que tiene el tejado y de cómo se suman las piezas. Lo pueden hacer muy bonito, pero además tiene un sentido utilitario. La curva exacta que le dan a cada una de las piezas para que pueda embonar con la otra permite que por ahí resbale el agua. Entonces, el sentido utilitario que tiene me parece que puede ser tan poético, tan bonito como el sentido meramente estético. O sea, la curva puede ser muy bonita, pero además tiene uno un uso, una aplicación. Y creo que la mirada científica también te permite encontrar otra dimensión de las cosas.

No es que le reste belleza al arcoíris, por ejemplo entender que el arcoíris es producto de una combinación de gotas de agua y de la luz solar que atraviesa y se difracta, no es que le reste poesía. Creo que, al contrario, le suma, porque además hace que sientas una emoción, hace que sientas algo al percibir un arcoíris. El pensar en que tú puedes seguir avanzando y estos colores te van a seguir y puedes ver desde otro ángulo otras tonalidades del arcoíris. Creo que también puede ser muy emocionante. O sea, la mirada científica le suma otra dimensión más a lo que ya puedes encontrar desde la estética o desde el arte en la vida cotidiana y todavía hacerte mejores preguntas.  Pasear de manera más curiosa y divertida por la realidad y encontrarle más recovecos. Y además te deja dudas.

Creo que una de las maneras más disfrutables de estar vivo es hacerse preguntas. Y el arte te ayuda a hacer un tipo de preguntas, la ciencia te ayuda a hacer otro tipo de preguntas y mezclados todavía te encuentras con otras preguntas más.

¿Qué es lo que más disfrutas de escribir y contar historias como un vehículo para compartir conocimientos científicos?

Te voy a decir algo que leí alguna vez. Es algo que un autor decía, y soy de la misma idea. Lo que más disfruto es haber escrito. Disfruto más haber escrito que escribir.

Disfruto mucho escribir. Me gusta la idea de imaginar una historia y encontrar la manera de contarla. Cada historia es un desafío, un reto, porque más o menos sabes qué quieres decir. Lo mismo que puede ocurrir al escribir un cuento, o una novela, o quizás un poema. Tienes una intuición de por dónde van las cosas. Incluso en divulgación científica, que puede ser un ensayo, te rodeas de mucha información y parece que todo lo tienes claro, pero luego al momento de escribir, la historia se va creando sola. Esto parece una cosa ridícula y que no puede suceder, que las cosas se escriban solas. Pero sí va tomando una vida y un camino. Algo independiente de lo que uno había pensado. O sea, se van escribiendo y entonces tienes que tomar otro dato por acá, y luego dio vuelta por este otro lado la historia. Y lo mismo sucede en géneros más literarios que en el caso de la divulgación científica. Entonces disfruto mucho de resolverlo como si fuera un misterio.

Y esto me permite ponerme a averiguar, a indagar. Así que disfruto mucho tener una intuición, imaginar que hay una historia agradable e interesante que a otros les pueda gustar en algo, en algún aspecto de la vida, en alguna persona.

Y luego disfruto mucho indagar, investigar. Le dedico muchísimo tiempo a la investigación, a buscar libros. Ahora me interesa la historia de la ciencia, entonces he estado revisando archivos históricos, hemerotecas, periódicos de hace mucho tiempo y paso demasiado tiempo leyéndolos, y eso luego me quita más tiempo del que necesito para escribir. Pero yo necesito leer todo eso porque es la parte que más disfruto y extraer por ahí la sustancia que luego convierto en texto. Pero como te decía al principio, lo que más disfruto es haber escrito, lo más sabroso es decir: “ya acabé esto, ahí está y me olvido de él”. Y a veces volver y releerlo. Pero la sensación de satisfacción de haber terminado de escribir es mucho más placentera que la de estar metido en el problema. Porque a veces sí es frustrante y cansado estar tratando de escribir y de encontrar la forma de solucionar un texto, o sea, de poner lo que tú crees que es un buen arranque, que pueda seducir a algún autor o no encontrar el dato correcto, o no acabar de entender algo y por lo tanto no poder explicarlo. En cambio, cuando ya terminaste, cuando sientes que estás poniendo el punto final es lo más emocionante que puede haber.

Yo estoy por presentar un libro ahora en la “FIL” que me costó mucho esfuerzo, tiempo, trabajo y demás y me da mucha emoción presentarlo, pero ya no me pondría a escribirlo ni de loco, pero ahora me da mucha emoción saber que va a estar y que ya va a existir. Ya ni siquiera quiero verlo porque le voy a querer cambiar algo y no quiero volver a pasar por ese sufrimiento. Pero ahora ahí está y ver la imagen de lo que va a ser la portada es muy emocionante.

¿Cómo fue tu experiencia trabajando en el proyecto del Museo del Trompo Mágico y qué tipo de huella dejó en ti? Sinceramente ese lugar significa mucho para mí. Recuerdo que cuando era niña era mi lugar favorito.

Ay, qué gusto y qué emocionante oírlo, Aketza, porque para mí representa mucho personalmente y con toda honestidad, me parece que ahora tengo sentimientos encontrados con lo que  ha pasado con “el Trompo” a lo largo de diecisiete años, porque creo que le hace falta una renovación y una transformación que no le ha pasado en muchísimo  tiempo. Me da algo de nostalgia y de tristeza imaginar que se buscaban otras cosas y creo que algunas se lograron y otras no, pero se tendría que darle otra vuelta al proyecto y no está pasando. Pero sé que pasó en otros momentos. O sea, cuando escucho testimonios como el tuyo, o el mío. Para mí fue un momento importantísimo en mi vida, fue muy emocionante porque no sabía muy bien qué hacer.

Era ese momento en que estaba en la disyuntiva de seguir en la divulgación científica o no, y surgió de la nada para mí. Me invitaron y era un proyecto muy ambicioso en el que nos permitieron a gente que nunca había hecho algo así  la oportunidad de inventar un museo.

Yo creo que esa es la mejor forma de hacer un proyecto de esa naturaleza, lanzarse un poco al vacío. Pero nunca te dan esa chance y en esa ocasión nos la dieron. Entonces fue confrontarme a mí mismo, a mis ideas. Pero además fíjate, ahí conocí a mi esposa, y pues también tiene ese lado anecdótico personal. Coincidimos trabajando ahí, y  bueno, le dedicamos cuerpo y alma durante muchísimo tiempo.

Había ocasiones en que trabajábamos montando una exposición o pensando un proyecto y salíamos al día siguiente. Entrabamos a las nueve de la mañana y salíamos al día siguiente como a las seis de la mañana.

Coincidió gente muy talentosa durante unos años, joven, de veinti tantos años, (o sea no tenían hijos ni otras responsabilidades, entonces podíamos dedicarle todo el corazón y toda la energía al trabajo que estábamos haciendo ahí), entonces fue muy satisfactorio y creo que se logró algo importante, pero lo que no conseguimos fue darle continuidad y que lograra permanecer en el tiempo. Y eso me preocupa ahora porque identifico que en la ciudad de Guadalajara y en los proyectos que hacemos en general en el país, algo en lo que siempre perdemos es en darle continuidad, o sea en garantizar que los proyectos duren a largo plazo, y que no desaparezcan. Ahí está el Planetario Guadalajara y tantos otros proyectos que ejemplifican que arrancamos, nos emocionamos y luego los olvidamos y eso se me hace que es lamentable. Entonces esa parte nos falló, pero hicimos lo que pudimos con toda la energía, voluntad, el corazón, cabeza, y nos la pasamos muy, muy divertido y creo que la gente que estuvo ahí, colaborando y los que pasaron por ahí, pues también  compartieron ese disfrute. Entonces, fue importantísimo para mí,  todos los años del Trompo.

Teníamos una broma que decíamos, “Trompo, luego existo” citando esto de “pienso, luego existo”[1] porque siempre estaba antes el Trompo, entonces antes de cualquier otra cosa ahí estábamos todos, metidos, dejando la vida.

¿Qué les dirías a las personas que creen que la ciencia es aburrida?

Pues mira, les diría que, por un lado los entiendo porque yo también me lo he pensado y bueno, puede ser tan aburrida o tan divertida como uno quiera, como uno se deje seducir. Pero también les diría que es tan divertida y aburrida como cualquier otra cosa, o sea tampoco es superior al deporte o al arte ni tampoco es inferior a ellos. Por supuesto, el arte nos puede emocionar mucho pero también nos puede aburrir brutalmente, el deporte nos puede emocionar gran cosa y también nos puede repeler, pero aquello que encontramos en esas acciones: en el deporte, en el arte, en la religión, en el convivir con los amigos en las fiestas, en cualquier otra actividad que nos emocione, eso mismo lo podemos encontrar en la ciencia.

Entonces creo que el mensaje principal sería que le demos una segunda o tercera oportunidad a aquello que nos pareció detestable. Si terminamos odiando la ciencia o las matemáticas porque el libro del “Álgebra de Baldor” era infumable, a veces se debe a malos maestros y a malos episodios en la escuela, pero que le demos una segunda, una tercera oportunidad a la ciencia y encontraremos que hay elementos tan satisfactorios, tan seductores, tan juguetones, tan emocionantes como en cualquier otra actividad humana. Una de las actividades humanas más ambiciosas ha sido entender la naturaleza, interpretarla, descubrirla, dialogar con ella.

Hacer ciencia ha sido una de las labores más ambiciosas que hemos hecho como humanidad; por lo tanto, en esa labor tan compleja seguro que encontrarán (cualquiera de nosotros) algo que les deje una huella importante para sus vidas.

Muy bien, pues eso es todo de mi parte. Muchas gracias por tu tiempo y palabras Juan, lo apreciamos mucho.

Perfecto, muchas gracias. Gracias. Aketza.

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Poemas visuales de Federico Jiménez

 


[1] «Cogito ergo sum», sentencia del pensador René Descartes que ha sido traducida por “Pienso, luego existo”. La palabra luego provoca una interpretación diferente al significado de la frase, que debería, para mayor claridad, traducirse como «Pienso, por lo tanto existo», frase fundadora del racionalismo occidental. Evidentemente, el entrevistado está haciendo un juego de palabras con la frase conocida comúnmente.